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Padre, enseña a los hijos tu fidelidad Parte III

III. EL ASPECTO ESPIRITUAL

El hombre de fe se encuentra ante el misterio de la fe con asombro reverente. Dios nos ha dado la dignidad de participar en Su vida. De hecho, «asombrosamente has sido engendrado»12 El creyente se descubre ponderando sobre un Padre en cielo que se humillaría para darnos la vida y sostenerla por la entrega de Su único Hijo engendrado. Teólogos han descrito nuestro encuentro con Dios como un reconocimiento de la revelación de un gran misterio, en la que experimentamos miedo y fascinación. «¡Es tremendo caer en la manos de Dios vivo!»13 Un auténtico encuentro con Dios nos llena de un reverente temor.

Todo creyente está llamado a estar atento a la revelación de Dios y a responderle con obediencia amorosa. En servicio a Dios, a uno mismo, y a los otros, el hombre de fe busca ser un signo vivo del reino de Dios y de la vida nueva en la gracia, que Cristo nos da en el bautismo. Una auténtica respuesta a Dios es profundamente personal, pero sirve a la Iglesia y a todos sus miembros. Desde el principio el Padre se reveló a la familia humana para compartir Su vida con nosotros, de tal forma que podamos regocijarnos en Él. Nuestra primera respuesta a Dios debe ser la auto-rendición de la fe, en la que con alegre humildad reconocemos que es nuestro creador que nos enseña para que seamos bendecidos. Aquí esta nuestra auténtica realización.

El Amor de Dios y Su Vida

Dios también nos llama a una perfección que es más profunda que el cumplimiento externo de la ley. Busca un conformación completa de nuestra voluntad con la Suya. Esta búsqueda de la voluntad de Dios, y la gracia para cumplirla, solo puede dar fruto en comunión personal con Su Iglesia. Esto es el corazón de la oración. Esto es la intención de los sacramentos. Aquí encontramos a Jesucristo, especialmente en la Santa Eucaristía. En ellos, el hombre unido a Dios en la gracia recibe el don de la vida eterna que transforma su relación con Dios y con los demás. También son una fuente de realización espiritual que le da al hombre su más alta dignidad, «sed fecundos y multiplicaos»14 en la entrega de su vida en unión con el sacrificio de Cristo.Jesucristo: Dios y Hombre. En nuestra confusión contemporánea, muchas veces pasamos por alto el significado de la Encarnación de Cristo para la sexualidad y la identidad sexual. La naturaleza humana es sexual, y por lo tanto el asumir la naturaleza humana por parte de Dios necesariamente comprende también el género. El género de Jesús expresa Su identidad y Su misión. Jesucristo era, y es, y siempre será humano. Y Su masculinidad no es un accidente de la historia; tiene un motivo importante en el Plan de Dios.La entrada de Jesucristo en la humanidad toma la imagen de Dios del Antiguo Testamento, como un novio fiel y misericordioso, y las hace vida. Dios Hijo es el novio que ha venido a arreglar y completar Su boda con Su Novia, la Iglesia. Todos los bautizados son conformados al Señor Jesús por la gracia. Todo discípulo debe imitar sus virtudes humanas y compartir Su relación con el Padre. Las mujeres van a imitar Sus virtudes y estilo de vida, especialmente de la forma como son reflejadas por la Santísima Virgen María y por otras magníficas mujeres en la historia de la Iglesia. Los hombres precisamente están llamados a imitarlo como hombres. Todos los hombres cristianos están llamados a imitar a Cristo: Sus virtudes, Su enseñanza, Su sacrificio. Su masculinidad, en lugar de excusarlos de las exigencias de una vida cristiana, los obliga a imitarlo con la ayuda de la gracia. Los santos de nuestra historia cristiana también han sido grandes ejemplos de virilidad.Nuestra fe destaca tres realidades que son importantes para la identidad de una hombre. Encontramos en el Señor Jesús al Hijo perfecto, que es obediente a Su Padre celestial, a quien estamos llamados a imitar. El mismo Hijo también es visto como el Novio de la Iglesia, destacando dramáticamente las responsabilidades de los hombres en el amor marital. Jesús también nos revela al Padre. Porque el Hijo manifiesta el amor del Padre perfecto, todos los padres terrenales pueden aprender algo de sus propias responsabilidades para con sus hijos. Cristo nos da la oportunidad de ser fructíferos de una manera nueva y espléndida. El hijo que madura se vuelve un esposo, pero también el hijo que madura se vuelve un padre. Los hombres pueden ser padres no sólo en la carne pero también en el Espíritu.

Cristo, el Camino

¿Cómo descubre un hombre quién es? “El hombre no puede encontrarse plenamente a si mismo sino en la entrega sincera de sí mismo.”15 ¿Pero a quién debe entregarse? Primero debe entregarse a Dios que lo creó. El don del ser se entiende mejor al rendirse y contemplar al Señor Jesús, el don del Padre al mundo. Preparándose para entrar al Tercer Milenio de la Era Cristiana, el Santo Padre nos pide que el año 1997 lo dediquemos para conocer mejor al Señor Jesús, el Hijo de Dios y Redentor del hombre.16 Cristo nos enseña muchas virtudes por Su propio ejemplo. Incluso los que conocen los Evangelios, pero que no son creyentes, pueden asombrarse por la manera en que Él vivió y murió. Expresó un amor a Dios y al prójimo que no tenía límite. Su celo por el honor de Su Padre lo lleva a limpiar el Templo. Era obediente no sólo a Su Padre celestial, sino también a María y a José. Su amor por los demás lo llevó a predicar, enseñar, y exhortar a la conversión. Es inocente, incluso para Judas, y Poncio Pilato no encuentra crimen en Él. Era compasivo con el pobre, el enfermo y el sufriente, y misericordioso con el pecador. A lo largo de Su vida fue silenciosamente firme y leal.Por lo tanto Cristo nos enseña como ser hombres, hijos buenos del Padre celestial. Un hombre solo tiene que ver a Cristo para verse como lo querría Dios. El hombre no debe avergonzarse de ser un hijo del Padre celestial, ni de Cristo, ni de ser un hombre. Debe considerar la filiación del Señor Jesús, meditarla y responder con la ayuda de la gracia de Dios. De la misma forma que Cristo es humilde, un hombre debe ser humilde ante Dios. Un hombre debe orar como Cristo ora. Debe ser obediente como Él era obediente. De la misma forma Jesucristo proclama la verdad de la fidelidad de Dios, así un hombre que imita y está unido a Cristo puede ser fiel a su propio servicio a la humanidad en la paternidad. De hecho, por el misterio de la gracia, no sólo imitamos a Cristo, sino que también nos identificamos con Él y tomamos parte de Su misma relación con el Padre y con el Espíritu Santo.17 Los Evangelios nos enseñan que Cristo era un hombre de oración, frecuentemente separándose del resto para orar en secreto a Su Padre celestial. Su oración era una expresión del amor de un hijo por Su Padre, así como una expresión del culto que un hombre en justicia le debe rendir a Dios. Particularmente vemos a Jesús rezando cuando se prepara para momentos centrales de Su misión: antes del principio de Su ministerio público, antes de la selección de los Apóstoles, y antes de Su crucifixión. También rezaba en tiempos de cansancio, como después de predicar a las muchedumbres y después de curar; también rezó en el Jardín y en la Cruz, y murió con una oración aun en Sus labios.

Cristo el Nuevo Adán

Las Escrituras nos ofrecen una comparación entre dos hombres: Adán, el primer hombre, y Cristo, el nuevo Adán. En particular vemos una diferencia en su fidelidad a Dios y cómo ejercieron sus responsabilidades hacia los demás. Adán no solo no estaba dispuesto a mantenerse fiel a los mandatos de Dios, sino que tampoco a tomar responsabilidad por sus propias acciones. En el jardín, la mujer fue tentada primero. Ella era la que Dios le había dado para atesorar y proteger. Y Satanás le dijo una mentira, que ella creyó. ¿Y qué hizo el hombre? No le dijo nada. No se resistió cuando ella intentó involucrarlo en el pecado. Más bien, colaboró. Le falló al pecar con ella. Después, cuando el Señor volvió a entrar en la escena, ¿hizo algo el hombre para tomar una posición ante el Señor para defender a sí mismo y a la mujer? No. Huyó. Contrasta esto con Cristo y Su prontitud para tomar una postura fiel tanto ante el Padre como ante nosotros.Considere a Cristo en la cruz, y María y Juan al pie. ¡Qué diferente es Cristo de Adán! Él no se quedo callado. Se pasó todo su ministerio enseñando y dando testimonio del Padre. A pesar de que fue tentado, no participó en el pecado. Y en medio del pecado, no se retiró, sino que se entregó al sacrificio, absolutamente dependiente del Padre celestial. En Su muerte en la Cruz nos reveló y proclamó la confianza en Dios que todos estamos llamados a imitar.

La Vida Espiritual

A los hombres de nuestra Iglesia local, les digo: ustedes y yo debemos desarrollar y seguir buscando una vida espiritual, una vida conformada al ejemplo que ofreció Jesús, que es íntima, personal y substancial. En la medida que desarrollas una vida espiritual, descubrirás que tienes una capacidad real para la oración y la contemplación. Sin embargo puede ser difícil aprender a orar. El filósofo Blas Pascal dijo que uno de los principales problemas de los hombre es que no se le puede poner en un cuarto sin que se distraiga18. Pero es esto lo que usted y yo debemos desarrollar continuamente: la habilidad para sentarse silenciosamente en presencia del Padre Celestial y permitirle revelarse, y que nos revele a nosotros mismos. Debemos volvernos otros Cristos, Cristo mismo.19 Estamos unidos a Dios y a los demás por amor, y por ende confundir amor con emoción o sentimiento nos retrasará en nuestra vida espiritual. La vida emocional de un hombre sin duda es importante. Pero debemos recordar que un hombre en sintonia emociones no necesariamente es un hombre virtuoso. Las responsabilidades de un hombre son grandes; pero puede ser vulnerable a los sentimientos que nublan la importancia de esas responsabilidades.La habilidad de vivir una vida emocionalmente fuerte se basa en la habilidad de transcender apropiadamente las emociones. Manteniendo una vida espiritual se pueden evocar y ordenar nuestras emociones. Un hombre solo puede ser fuerte ante los otros al humillarse y reconocer sus debilidades en la presencia del Padre. Por eso debe ir a su cuarto, cerrar la puerta y orar al Padre celestial; debe pedir que el Padre le conceda la fuerza necesaria para cumplir las responsabilidades que Dios le ha dado.El hombre cristiano debe responder a la vocación a la santidad seguro de su valor como hombre. No debe desanimarse con su propio pecado ni por el sentimiento prevaleciente que tantas veces se mofa de la práctica religiosa del varón. No todas las calidades espirituales de un hombre han sido corrompidas por el pecado. Tanto los hombres como las mujeres tienen conocimientos y dones para entregar en la vida espiritual. Hombres católicos pueden aprender mucho de las mujeres y no necesitan negar su identidad masculina para madurar.Más bien lo opuesto: Un hombre puede alcanzar gran progreso en la vida espiritual si es desafiado a hacerlo. Si se concentra en la santidad, simultáneamente es perfeccionado como un hombre y progresa en santidad precisamente en fidelidad a su deber a Dios, a su familia y a la comunidad humana.El crecimiento en la fe de un hombre se manifiesta por su confianza en la providencia y su triunfo sobre el miedo. El miedo nos rebaja. El miedo puede gobernar tanto nuestras que vidas que nos paraliza: miedo a Dios, miedo a la intimidad con mujeres, miedo al compromiso, y comúnmente, miedo de los hijos y de mantener una familia. Sólo en la medida que un hombre confía en la Providencia puede superar este miedo y asumir confiadamente su responsabilidad ante él mismo y los demás. Éste es el misterio de la Cruz de Cristo: una vez que uno acepta y acoge libremente el sufrimiento, ya no tiene nada más que temer.El crecimiento espiritual de un hombre le da la dignidad de la auto posesión y la humildad para aceptar la responsabilidad de su propia vida, su progreso en la virtud y su ser pecador. Esta madurez también lo lleva a dar mucho fruto en la paternidad.Cristo revela el Padre¿Qué nos revela Cristo sobre el amor del Padre que los padres terrenales puedan imitar? Dios ama la vida humana y es generoso al crearla. En vez de temer la vida, el padre terrenal debe estar jubiloso con una nueva vida. El Padre Celestial no sólo da generosamente la vida, sino que también la cuida, protegiendo a Sus hijos y educándolos en los caminos de nuestra realización en Él. Por lo tanto un buen padre se compromete y es fiel al cuidado continuo y a la formación de sus hijos.La imagen de Dios reflejada en el hombre y en la mujer se ve en uno de sus primeros mandamientos después de la creación. «Sed fecundos y multiplicaos.» 20 Fácilmente podremos temer las responsabilidades de convertirnos en padres y vivir adecuadamente el compromiso. Sin embargo, Dios nos ha hecho para compartir la gran dignidad de cooperar con Él en la creación, protección y educación de una nueva vida humana. En cierto sentido, podemos decir que cada hombre ha recibido la vocación a ser padre como expresión de su condición de ser hombre. El hombre no debe avergonzarse de este gran regalo; debe regocijarse en su dignidad. Al posponer o retener de manera miedosa o egoísta la fecundidad que Dios nos ofrece, rechaza cierta ayuda que Dios nos proporcionará si somos generosos con Él. Nunca puede excederse la generosidad de Dios. Un hombre crece en la medida que asume confiadamente el compromiso a una esposa y la sustentación de una familia – o se consagra a un celibato fructífero en el Espíritu.En este sentido, sería una error presumir que el mandamiento de la fecundidad se refiere apenas al origen físico de la vida. En Cristo, todo cristiano posee una semilla de fecundidad espiritual que tiene importancia para el reino de Cristo21. Nuestra dignidad cristiana nos permite que nos unamos al sacerdocio universal de la Iglesia en la que podemos ofrecernos como sacrificios espirituales para el aumento de gracia en nuestra propia vida y en la de los demás. Hombres y padres cristianos tienen la responsabilidad de ser espiritualmente fructíferos por el sacrificio de sus propias vidas, ofreciéndolas por aquellos que tiene a su cuidado. Particularmente los padres deben cooperar entusiasmadamente con la formación espiritual de sus hijos, conscientes de que este servicio y ejemplo es una forma importante de proveer a sus familias.Esta realidad del sacrificio engendrando una fecundidad espiritual también ilumina la importancia de aquellos que están llamados a una vida soltera o célibe y, por supuesto, a la particular vocación del sacerdocio ministerial. Esta consagración a Dios es una auténtica unión marital y una auténtica paternidad, en la que la Iglesia acepta el don de la vida de sus sacerdotes para ser fructíferos en la gracia para los demás. Por lo tanto existe una profunda conexión entre el Sacramento del Orden y el Sacramento del Matrimonio, porque tienen en común el llamado a la fecundidad espiritual.22

Cristo, el Novio

La significancia de la masculinidad de Cristo también se ve en Su relación con las mujeres, en la simbología de Su último acto amoroso, el sacrificio en la Cruz. En la Cruz ofreció una ofrenda perfecta al Padre y entrego Su vida por Su novia. La celebración de la Eucaristía incluye esta característica del amor masculino incluso al invitar a la participación plena a todos los fieles, hombres y mujeres . El sacerdote que celebra la Misa se ha vuelto un sacramento de la masculinidad de Cristo, ofreciendo su propia masculinidad, cuerpo y alma, en representación de Cristo.23 Sin embargo, la encarnación sacrificial y masculina del amor de Cristo no sólo se aplica al sacerdote que lo representa en el sacrificio. Se aplica a todos los cristianos, incluso los hombres cristianos, y especialmente a los hombres cristianos que contraen matrimonio. San Pablo lo deja claro en su exhortación a los hombres casados. «Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella…»24 También debe quedar claro que el amor de un marido por su esposa es una respuesta a su singular valor como mujer, así como un reconocimiento de su igualdad. El sacrificio del marido por su esposa también manifiesta su amor y confianza al Padre, tal como lo fue para Cristo. El amor del Señor Jesús por Su novia es una expresión de compromiso total. Él es fiel a Su Novia hasta el extremo. «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.»25 Su muerte en la Cruz no es un acto de desesperación, sino que es la entrega gratuita de sí mismo.El matrimonio, también exige la entrega gratuita de uno mismo. El compromiso de una pareja cristiana a la permanencia no sólo abarca sus aspiraciones de amar, servir y respetar al otro; sino que también exige comprensión y perdón cuando hay fallas. Las dificultades del matrimonio, cuando se responden en la gracia dada a nosotros por Dios, se convierten en una escuela de Su fidelidad y Su misericordia para nosotros pecadores. Por consiguiente, el supuesto de que un matrimonio difícil se puede acabar o anular mina la resolución de los esposos y padres cristianos, a menudo ignorando el poder de la gracia de Dios de fortalecer a las familias en tiempos difíciles.

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